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LA MISERICORDIA DE DIOS...

 

 

   A punto de iniciar la Semana Santa, el próximo Domingo es Ramos, tres lecturas tienen hoy un común denominador: lo nuevo. En la primera el profeta, de una forma poética, nos narra el nuevo éxodo, la nueva liberación. En la segunda, San Pablo, se confronta de tal manera con el descubrimiento de Cristo (algo totalmente nuevo) que todo lo demás lo estima basura. Y, para que no falte nada en esa triple nota de acorde mayor, el Evangelio nos presenta a un Jesús que lejos de condenar renueva, recupera la vida de una mujer pecadora. ¿Hay quien dé más?

    Una vez más, camino de la Semana Santa, Jesús –Hombre y Dios- nos va mostrando con más nitidez y con asombrosas pistas el rostro auténtico del Padre: aborrece el pecado pero ama al pecador. Poco le importan las historias pasadas de aquella mujer. Para el Señor, el momento presente, es lo más esencial. Y, lo más irónico, aquellos que sin tener potestad para ello, se erigían en jueces de los defectos de los demás. Qué frase tan sugestiva la del Papa Francisco y de la cual tantos medios de comunicación social se han hecho eco: “Todo pecador tiene un pasado pero sobre todo un futuro”. A Dios, por si lo hemos olvidado, le interesa muy poco el ayer y por ello mismo, en los ojos de Cristo, antepone el horizonte que le aguarda.

Cuántas veces, como a esta mujer adúltera, muchas personas, instituciones (también la misma Iglesia o el mismo Papa como recientemente denunciaba la Santa Sede) son presentados en medio de la plaza del mundo con la única intencionalidad de desgastar, de juzgar, de condenar o, simplemente, de hacer daño. Es necesario, por supuesto, una autocrítica. Preguntarnos hasta qué punto, nuestra vida cristiana, se encuentra un tanto adulterada. Pero, no es menos cierto, que también estamos llamados a ser comprensivos con los demás y, por supuesto, a ser conscientes de que –si nosotros tenemos mil poros abiertos en nuestra piel- también los demás pueden tenerlos ¿O no?

   En la quinta estación del vía crucis contemplamos a Simón de Cirene ayudando a llevar la cruz. Esa debe ser la actitud nuestra cuando, a nuestro paso, salen situaciones que nos pueden parecer llamativas o pecaminosas. De nada sirve airearlas, publicarlas. ¿No sería mejor ayudar? A aquellos escribas les importaba un bledo la vida de aquella mujer (entre otras cosas porque sabían perfectamente que el adulterio ya estaba sentenciado de antemano sin necesidad de recurrir a Jesús). Pretendían una excusa para coger fuera juego al Señor. En definitiva, para dejarlo al descubierto. No lo consiguieron. ¿Por qué será que al Señor le importa tan poco el pasado del presente y, en cambio a nosotros, los gusta tanto meter el dedo en él incluso como arma cortante?

    Muchas veces, queriendo o sin querer, con verdad o sin ella, podemos hundir a muchas personas; sentenciarlas o enterrarlas en vida. El morbo, y más con los poderes mediáticos llamando a nuestra puerta, se convierte en algo muy apetitoso pero también muy perjudicial para la salud pública y para la paz social.

Que nosotros, como cristianos, busquemos siempre lo que Jesús ofreció a esta mujer, su compasión y comprensión. Qué bien lo expresa San Agustín “Sólo dos quedan allí: la miserable y la Misericordia”. Qué bien nos vendría una reflexión al hilo de este tiempo cuaresmal: ¿Cómo nos posicionamos frente a los defectos de los demás, cómo jueces o como personas que saben comprender y arrimar el hombro?

Ojala, como Jesús mismo rompió moldes y fue una gran novedad (de misericordia) en los tiempos que le tocó vivir, también nosotros presentemos ese rostro afable, cercano y no condenatorio. No olvidemos que lo que a nosotros nos interesa es el pecador, no el pecado. O dicho de otra manera: siempre es más importante el alimento que se sirve que la bandeja que lo sostiene.

   No se puede obviar la capacidad descriptiva de San Juan en el fragmento de este Evangelio de hoy. Jesús escribe en el suelo con el dedo. Enfrente, un grupo vociferante arrastra a una mujer hasta Él para acusarla de adulterio. Jesús los ignora. Sigue trazando signos en la tierra. Continúa escribiendo ante el estupor de los que gritan. No se esperaban esa aparente pasividad. Está claro que no buscan ninguna clase de justicia y menos alguna suerte de perdón para la mujer que traen. Sólo pretenden atrapar al Señor al algún juicio no adecuado a la Ley oficial. Podían prever que la misericordia de Jesús buscaría argumentos exculpatorios divergentes con la mencionada Ley. Pero Jesús expresa lo único que se puede decir un grupo de hombres cuando intentar culpar o ejecutar a uno de sus prójimos. "El que esté sin pecado que le tire la primera piedra..." ¿Quién de nosotros puede juzgar como pecador a sus semejantes? Pues, nadie, porque todos somos pecadores. Y pobre de aquel que no repare en su condición de pecador. Jesús, a su vez, no minimiza, ni por un momento, el pecado, porque le dirá a la mujer: "Tampoco yo te condeno. Y en adelante, no peques más". Jesús no tiene pecado, pero tampoco condena. Y le pide que no vuelva a pecar.

   Es muy hermosa la escena y es muy notable la posición general de Jesús. Desde su misericordia total hasta el desenlace final que purifica los pecados de la mujer. Hemos expuesto en nuestras conciencias unas consideraciones sobre pecados y decretos que pueden ser útiles para la formación de nuestra "conciencia civil" como ciudadanos. Y también como elemento de reflexión para estos días de cuaresma. No obstante tiene más interés --mucho más interés espiritual-- este Jesús que escribe en la arena y sabe que la maldad es muy superior en los que desean equivocarle que dentro de una mujer que traen como pecadora.

La mirada misericordiosa de Jesús. Cuando todos se habían ido y quedó Jesús con sus discípulos y la mujer en medio del corro. Jesús se levantó de nuevo para pronunciar ahora una palabra de misericordia. No disculpa ciertamente la acción que ha cometido esta mujer, pero hace valer para ella la gracia y no el rigor de la justicia. Ellos y la adúltera necesitan cambiar. Pero de momento Jesús ha conseguido que una adúltera no sea condenada por otros pecadores. El texto es perfectamente inteligible en clave de hijo mayor e hijo menor de la parábola de Lucas del domingo pasado. Tanto uno como otro tienen algo en que cambiar, los que cumplen la Ley de Dios y los que no la cumplen. Más aún, los que la cumplen no tienen ningún derecho a recriminar ni a condenar a los que no la cumplen. La palabra y la mirada tierna y misericordiosa de Jesús es la que salva y levanta a la mujer pecadora de su postración. Sólo el Señor es capaz de reconstruir a la persona por dentro para convertirla en nueva criatura. Sólo Jesús puede cambiar la orientación de nuestra vida para que podamos cantar que "El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres".

    El tiempo de cuaresma –ya estamos casi al final—debe producir reflexión sobre nuestras faltas y ausencias de amor. El amor cada vez más grande nos alejará de esos planteamientos erróneos y desordenados que producen nuestras faltas. Y es que el camino final de esta cuaresma –la Pasión de Jesús—es una impresionante Sinfonía de Amor que nos traerá el triunfo definitivo de la Vida y del Amor. Son realidades palpables. Nuestra conversión estará en amar más, y mejor a Dios, y a nuestros prójimos. 

 

Que así sea...luz.

 

Fr. Roy Gómez, omp.                                                                           royducky@gmail.com

Marzo  13  2016

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