top of page

EL PADRE MIERICORDIOSO…

 

    Los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: ese acoge a los pecadores y come con ellos. Jesús les dijo esta parábola. De la lectura del texto evangélico se deduce claramente que Jesús no dirige su parábola a los fariseos y escribas para que estos se fijen en el comportamiento del hijo, sino para que se fijen en el comportamiento del Padre. Por eso, esta parábola debe llamarse con propiedad parábola del Padre pródigo, mejor que llamarla parábola del hijo pródigo. Y no hay duda de que esta parábola refleja mejor aún que ninguna otra la inmensa misericordia de Dios, como padre, hacia todos sus hijos, hacia los que siempre se portaron bien –hijo mayor- y hacia los que se portaron muy mal –hijo menor-. Lo que Jesús quiere decir con esta parábola a los fariseos y escribas que le criticaban es que él está haciendo con los pecadores que se acercaban a él exactamente lo que hace Dios con todos nosotros, justos y pecadores: amarnos pródigamente, es decir, con una generosidad sin límites. Pues bien, si nosotros queremos ser seguidores de Jesús, deberemos hacer lo mismo que él hacía: amar a todas las personas con generosidad extrema. Sólo así puede entenderse el mandamiento de Jesús de amar al prójimo, incluso al prójimo enemigo. Porque también parece claro que Jesús no amaba a los pecadores, para que siguieran siendo pecadores, sino para que dejaran de serlo. El amor a Jesús, exige de nosotros la conversión a Jesús. Debemos amar a todas las personas, precisamente para que todas las personas, incluidos nuestros enemigos, se hagan mejores, con nuestro amor. La seguridad que tenía el hijo menor en el amor pródigo de su padre es lo que le animó a volver a la casa paterna. Sí, si los cristianos queremos salvar el mundo, deberemos intentar hacerlo a base de mucho amor, de un amor pródigo, como hizo el Padre pródigo con su hijo. En este Año Jubilar de la Misericordia, éste puede ser un buen propósito para esta cuaresma.

   El día siguiente a la Pascua, ese mismo día, comieron del fruto de la tierra: panes ázimos y espigas fritas. Cuando comenzaron a comer del fruto de la tierra, cesó el maná. La confianza en que Dios proveerá, no debe nunca excluir nuestro trabajo para conseguir lo que necesitamos, nuestra colaboración. En este libro de Josué se nos dice que Dios les dio el maná cuando no tenían otro medio de alimentarse, de sobrevivir, pero que cuando ellos, el pueblo, ya podía vivir del fruto de su trabajo, cesó el maná. Así debemos vivir nosotros: a Dios rogando y con el mazo dando. Y mientras nosotros tengamos trabajo y posibilidades de vivir del fruto de nuestro trabajo, demos gracias a Dios y acordémonos de los que no tienen trabajo, ni posibilidades de vivir del fruto de su trabajo. Este sentido debe tener nuestra limosna cuaresmal: dar a los que lo necesitan parte de lo que a nosotros nos sobra, de lo que para nosotros resulta no necesario, superfluo. La limosna es una virtud cristiana, que en este tiempo de cuaresma debemos practicar de una manera especial. Seamos capaces de discernir en cada caso, con sentido cristiano, cuánta limosna podemos dar y a quiénes debemos dar limosna.

   El que es de Cristo es una criatura nueva… En nombre de Cristo les pedimos que se reconcilien con Dios…Cristo, con su vida, pasión y muerte, nos reconcilió a nosotros con Dios, haciéndonos una criatura nueva. Lo que ahora san Pablo pide a los fieles cristianos de Corinto es que ellos se reconcilien con Dios, viviendo como criaturas nuevas. Sabemos que en la comunidad cristiana de Corinto existían desavenencias y divisiones dentro de la comunidad cristina, precisamente porque, en muchos aspectos, seguían viviendo como criaturas carnales. San Pablo les dice que por el bautismo de Cristo han sido ya hechos criaturas nuevas, espirituales, y que deben vivir como tales, amándose mutuamente y viviendo como auténticos hijos de Dios, no como esclavos del pecado y de los ídolos. Apliquémonos a nosotros mismos estos consejos de san Pablo y vivamos como personas espirituales, dirigidos y gobernados por el espíritu de Cristo, por el amor cristiano, no por nuestras pasiones y esclavitudes corporales. Viviendo así podremos “gustar y ver qué bueno es el Señor”, como nos pide el salmo 33.

   La liturgia de nuestra Madre la Iglesia nos va haciendo recordar las diversas etapas de la Historia de la salvación, la historia de los amores de Dios para con su pueblo. Quiere así despertarnos del sueño de nuestro vivir rutinario, quiere actualizar en nosotros esos acontecimientos, que nos pertenecen en cierto modo, que son como el pasado de nuestra misma historia, el pasado que prepara el futuro de nuestro presente de hoy. Se acerca la Pascua, la que realmente nos libra de la más terrible esclavitud, la del pecado. Ante esa liberación que ya estamos pregustando, ha de nacer en nuestro corazón un canto de gratitud, un deseo de pagar con amor tanto amor como Dios nos da.

"Cuando comenzaron a comer del fruto de la tierra, cesó el maná" (Jos 5, 12). La tierra generosa dio su fruto. Una siega abundante culminó la siembra de aquellos hombres rudos del desierto. Han comenzado un nuevo género de vida; de pastores se han tornado agricultores. Ya el maná no cae del cielo. Dios ha cerrado esa providencia extraordinaria de los tiempos duros del desierto, para dar paso al orden normal de los acontecimientos. Pero el hombre seguirá pendiente del cielo, de la dirección del viento, del pasar de las nubes, de la lluvia temprana y de la lluvia tardía, que irán haciendo posible el sencillo milagro de cada cosecha. Y Dios, en su providencia, secundará los planes del hombre. Unas veces con abundancia y otras con escasez. Pero siempre con un gran amor, buscando el bien del hombre, aunque el hombre no lo sepa, o no quiera, comprenderlo.

Y es que nuestro Padre Dios actúa a veces de modo incomprensible. Incluso puede dar la impresión que permite sufrimiento de su hijo, y no se hace cargo del dolor. Pero no es así. Todo lo contrario. Sufre por el dolor del hijo. Pero está persuadido de que sólo a través de ese proceder, es como el hijo logrará su propio bien. Su propia salvación eterna, en el caso de nuestro Padre Dios... Por eso siempre hemos de confiar en la providencia divina. Siempre dar gracias, siempre esperar, siempre estar tranquilos, serenos, optimistas. Dios proveerá. Puedes estar plenamente seguro del Señor, de su inmenso amor y de su poder infinito. Y, pase lo que pase, recobrará la calma.

   "Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti" (Lc 15, 18), esa es la actitud del buen cristiano de hoy. La conducta de Jesucristo era motivo de escándalo para los "justos" de su tiempo. Resultaba llamativo que los publicanos y los pecadores se acercaran al Señor. Pero lo era todavía más que el Maestro los acogiera con simpatía y que no tuviera el menor reparo en comer con ellos, y era realmente inadmisible que uno de los Doce elegidos para el Colegio apostólico, fuera precisamente un publicano. Por eso los fariseos y los letrados, la elite de Israel, murmuraban contra Jesús y le rechazaban más y más.

 

Pero el Redentor no se preocupaba de aquellas críticas. Él había venido a salvar lo que estaba perdido, a curar a los que estaban enfermos, a redimir a los pecadores. De muchas maneras Jesús, a lo largo de su vida pública, explica el porqué de su conducta. Las parábolas que hablan de la misericordia divina son numerosas y emotivas. Pero de entre todas, sobresale por su belleza y ternura la que contemplamos hoy en la liturgia de la Palabra, la del hijo pródigo.

En primer lugar, destaca la maldad que supone el pecado. Es pedir la herencia que tanto costó ganar al padre y malgastarla en vicios, derrochar de mala forma la heredad de los mayores, en el caso de un cristiano es perder en un momento la vida de la gracia, que se nos dio gracias al sacrificio de la sangre de Jesucristo, Dios y hombre verdadero. Como resultado, la soledad y la tristeza, el remordimiento y el desasosiego… Todo ello simbolizado en el servicio de guardar cerdos, que era para un judío algo abominable, máxime cuando tenía que comer lo mismo que comían aquellos animales, impuros según la Ley. El pecado, en efecto, sumerge al hombre en una situación penosa y sucia, lo hunde en un lodazal de miseria, lo expone al peligro de una condenación eterna.

   Comprender esta realidad es la primera condición para salir de esa triste situación. Si perdemos el sentido profundo del pecado, estamos perdidos. Difícilmente se sale de una situación, cuya gravedad no se comprende ni se acepta. Por eso hemos de pararnos a pensar en lo que supone el pecado, tratar de penetrar en su malicia y en sus terribles consecuencias. Eso es lo que hizo el hijo pródigo. Y luego acordarnos de la bondad de Dios nuestro Padre. Pensar que el Señor es compasivo y misericordioso, pronto al perdón y al olvido de nuestros pecados. Él nos ama tanto que tiene más deseos de perdonarnos, que nosotros de ser perdonados. Al final, el Padre abraza al hijo perdido, le llena de besos y de lágrimas, le corta esas palabras de arrepentimiento. Para el padre todo volverá a ser igual que antes; ese que ha llegado no será un jornalero como pretende, será su hijo querido, que se había perdido y que ha vuelto a la casa paterna. Todo termina con aires de fiesta, con una llamada al arrepentimiento y a la esperanza…Esa es nuestra conversión. Que así sea. ..Luz.

 

 

Fr. Roy Gómez, omp.                                                                           royducky@gmail.com

Marzo  6  2016

© 2016   Our Lady Guadalupe Chapel   Proudly design  by  Martin Gutierrez

  • c-facebook
bottom of page